Me llamo Dipo y soy un pájaro fragata tipo tijereta. Tengo las plumas negras en el lomo y rojas en el pecho, y mi estómago se infla cuando soy feliz. Vivo en la Isla Galápagos, República del Ecuador, allí estaba conversando con Juanita, una tortuga grande y vieja que conoció al Libertador cuando éste visitó las islas y mientras la pisaba confundiéndola con una piedra grande. Juanita se movió educadamente para saludar y el Libertador entonces dijo con acento caribe ¡Carajo un tortugón!.
Le consultaba a Juanita a mi preocupación pues hacía un tiempo respetable que mi estomago no se inflaba, y una araña patas largas medio psicóloga me había dicho que me faltaba felicidad. Juanita, dijo que había escuchado que en el norte había un país al que todos querían ir y debería ser porque habría mucha felicidad y era tal la demanda que habían tenido que poner un muro en la frontera para evitar la entrada de tantos buscadores de felicidad.
Un día llegó a las islas un yate con la bandera del País de la Felicidad, y me escondí en sus bodegas para así poder entrar en él. Cuando llegué al País de la Felicidad un bird watcher, que trabajaba para su gobierno, me confundió con una especie nativa. Me clasificaron como Avis Rarus Maimi, me dieron mucho de comer, y mi descubridor escribió un extenso paper el cual seguía mi árbol genealógico remontándose hasta el pájaro Dodo (Raphus cucullatus) de las antiguas leyendas.
Pero mi estómago no crecía y un día encontré en el downtown de Boca Ratón a un perrito pequinés que había venido con un general paraguayo al que le falló una revolución por sólo hacer una siesta con sus tanques cuando todavía no había terminado de tomar el poder. Al consultarle mi problema dijo que más allá de Rio Grande, en el sur, seguro que estaba la felicidad. Me lo dijo con tanto sentimiento que le creí.
Comencé a volar en tramos cortos y largos, llegando a Santa Marta, allá en la República de Colombia, donde en un bar llamado Panamerican, sobre el malecón, en cuyo techo de calamina había aterrizado, conocí a Jojo, un mulato cumbiambero que se ganaba la vida bailando para los turistas por algunos pesos. Cuando entramos en confianza compartiendo una cerveza Águila helada, me atreví a preguntarle: ¿dónde estaba la felicidad en este lugar?
Jojo me respondió que estaba en la playa cercana, en las noches de Luna llena. Justo como esa noche era una de ellas, me escondí en un cocotero y cerca de la medianoche bajaron a la playa carretas jaladas por bueyes blancos, cargadas de hermosas mujeres de piel capulí y cabellos color del oro viejo, que se bañaron desnudas en el Mar Caribe para luego tenderse sobre la arena en profundo silencio, a tomar baños de Luna, para no envejecer, según sus antiguas tradiciones. Entonces comprendí que su felicidad era primitiva, natural y silenciosa como una pintura naif. Pero no era la mía pues mi estomago no creció.
Seguí volando y crucé un Continente llegando a Rio de Janeiro en carnaval, donde me paré a descansar en el techo del sambódromo, en la Avenida Getulio Vargas, y vi pasar a la escuela de samba Vheja Flor representando a Neptuno y sus nereidas, las cuales eran sus mulatas que ellos denominan Garotas, las que se habían fabricado escamas de colores en papel mache, y un mulato gigantesco se había cubierto de algas marinas y transformado una escoba en un tridente representando a Neptuno. Su felicidad era el ritmo la fiesta, y el erotismo colectivo no era lo mío, pues mi estómago no creció.
Luego hice un vuelo corto y llegué a una playa muy hermosa. Nuevamente recalé en un bar, que se llama Saudades, que quiere decir recuerdos, y bajo el techo de palmas conocí a Tonino, que trabajaba de barman. Compartimos una cerveza Brahma. Le pregunté por la felicidad, y en silencio puso una canción: La Chica de Ipanema, y luego me contó cómo en una servilleta Vinicio de Moraes la escribió y Antonio Carlos Jobim, le puso música; la escribieron para una garota de esa playa, que llevaba el carnaval en su caminar:
Vinha cansado de tudo, de tantos caminhos
Tão sem poesía, tão sem passarinhos
Com medo da vida, com medo de amar.
Quando na tarde vazia, tão linda no espaço
Eu vi a menina que vinha num passo
Cheio de balanço caminho do mar.
………………….. etc.
http://www.youtube.com/watch?v=z4_i4l2htXk
http://www.youtube.com/watch?v=_kt_dcNUW0c
La canción inmortalizó a la playa y se convirtió en el himno del carnaval, y Vinicio regresaba todos los domingos de mañana de su casa en Barra de Tijuca a llevar flores a la diosa del mar en agradecimiento por haber recibido para siempre su recuerdo en forma musical.
Seguí volando y atravesé los Andes y me posé sobre el helipuerto del Haytt Regency en Santiago de Chile. Desde allí vi pasar hermosas mujeres con sacos de cuero, perfumes de marca que ellos llaman Pololas. Luego, volé hasta Viña en festival, y me posé en la gaviota de concreto de la Quinta Vergara escuchando cantar al hijo de Julio Iglesias, el del lunar, y miles de pololas destilaban alegría. Pero mi estomago no se infló, por lo que seguí volando, esta vez hacia el norte, casi sin esperanzas, en ruta a casa.
Comencé a cruzar un mundo de arenales salpicados de valles verdes, hasta llegar a Lima, lo que ocurrió en la Navidad del 2006. En el cruce de la Avenida Javier Prado con otra, llamada Arequipa, unos vendedores de baratijas me persiguieron intentando convertirme en materia prima para un plumero. Medio desconcertado y despavorido volé hacia El Callao, donde en una barriada llamada Acapulco una mujer gorda en sayonaras me persiguió con una mirada asesina gritando: Mi pollo, San Fernando, ¡gracias Señor!
Perdí el rumbo y fui a parar en un distrito más civilizado, llamado Bellavista, a la salida de un colegio de niños con chompas verdes y sonrisas fáciles. En un parque cercano me topé con un chiquillo triste salido de ese colegio, muchacho que tenía los ojos color verde mar y llevaba una hoja de cuaderno en la mano, y caminaba hacia su casa muy solo.
Me detuve a dialogar con él y me contó que andaba triste porque su mama se había ido muy lejos para trabajar duro, para con sus afanes poder pagarle su felicidad allá donde flamea la bandera de las barritas y las estrellitas. Se fue por la frontera con Méjico, cruzó el Rio Grande de mojada; caminó por el Desierto de Arizona guiada por los coyotes, y luego, tras muchas aventuras había llegado a New York, donde trabajaba de housekeeper, es decir limpiando casa de ricos en Long Island, y desde allí, religiosamente, corriéndose de la migra, enviaba su cariño y los dólares salvadores de fin de mes.
Y por eso él quería mostrarle ese veinte en matemáticas para alegrarla y compensar sus fatigas. Entonces me ofrecí a llevar la nota a su madre. El niño sonrió de corazón y escribió en mi pico una dirección en New York, y comencé a volar hacia la madre ausente, y mi estomago creció … ¡Había encontrado la felicidad en ayudar a construir una ilusión para un niño triste tras buscarla por caminos equivocados en un Continente alegre!
Miguel Arroyo Rizo Patrón
San Borja Noviembre 2013
Miguel recibe mis saludos y felicitaciones por tu cuento; significa mucho para cualquier entendedor: felicidad y como encontrarla. Estuviste me imagino en todos esos sitios? Un abrazo. Otro chalaco.
ESTUVE EN TODOS ESOS SITIOS EN SITUACIONES PARECIDAS A DIPO POR ESTUDIOS POR TRABAJO Y POR LA VIDA
SALUDOS
MIGUEL