Aksel

Elva es un lugarcito acogedor surgido al amparo de bosques de abetos, de robles, de pinos, de abedules y de árboles nórdicos que le imprimen placidez y quietud, encantadora tranquilidad que seduce y sosiega nuestro interior. Deambular por la floresta estona es tanto como cribar nuestro arcón íntimo, detectar la escoria acumulada, separar lo que archiva nuestra mente eliminando lo negativo, y purificarnos intelectual y espiritualmente. En referencia a Elva como población, hay que decir que resulta algo más grande que aldea, pero mucho más pequeña que ciudad, por lo que podemos decir que no pasa de casi villa o pueblo chico, donde residen unas cinco mil almas repartidas espaciada y holgadamente.

Elva nació allá por el 1870 como necesidad económica en el campo del transporte debido a que un sector de la línea férrea que comunicaría Tallinn (Estonia) con Riga (Letonia) habíase trazado cruzando por aquellos parajes. Debido a sus cinco lagos y lagunas, uno de ellos dentro del centro poblado, al riachuelo que discurre por uno de sus extremos, a la natural escasa densidad de vecinos, a su excelente oxigenación por la vegetación impoluta dentro de la cual germinó, y a otras ventajas que sería extenso describir, pronto convirtiose en foco de encuentro y recreo para vacacionistas dedicados a los deportes invernales o a quienes en primavera o verano anhelaban rincón de reposo alejado de los mundanales ruidos. En Elva hay perenne residencia de buhos, cantar de pájaros cantores y zumbidos de insectos de variedad de colores y tamaños diferentes, clavetear de troncos por pájaros carpinteros, jugueteo de ardillas retozonas entre los tupidos ramajes, y luciérnagas que alumbran las penumbras primaverales cuando rodeando su trayectoria celeste el Sol nos hace creer que se oculta en el horizonte.

 Bosque de pinos de Elva, donde pasean alces y venados, conejos y zorros, entre otros animales silvestres. En otoño se recogen hongos y frutillas

Foto: internet

Elva y yo nos encontramos a poco de venir a vivir a Estonia (1969) y, sin habérmelo propuesto fue mi residencia durante lapso de cuatro años. Estando en este hermoso lugar hubo ocasión de conocer a personas con quienes desde entonces conservo amistad, amén que, por esos sesgos inesperados de la vida, me propusieron impartir clases de mi lengua materna, merced a cual pude iniciarme en la enseñanza del castellano. Fue justo en esta actividad que conocí a una estudiante de quince años, quien me habló de su familia, de sus padres, de su madre que había quedado viuda, y de un tío abuelo que había tenido ella, cuya historia le parecía lejana, muy lejana en el tiempo y en la distancia, remotísima por el hecho que nunca lo vio porque cuando falleció este pariente la propia madre de mi estudiante era todavía adolescente. Acordamos, pues, que me presentara a su progenitora, encuentro éste que permitió enterarme de la historia que relato en breves párrafos.

Fue en tales circunstancias, repito, en que la madre de mi alumna y yo trabamos relación, dama cuya existencia por entonces no llegaba al medio siglo. Al verme, luego de las presentaciones de rigor y de una charla introductoria que tocó temas accidentales, generales, me preguntó que de dónde provenía, que cuál era mi país de origen y nacimiento. Le respondí que era natural de la ciudad del Callao, allá en el Perú, palabra que la sumió en el silencio y en hondos pensamientos y reflexiones.

  • ¿Me dice usted que nació en la América del Sur, allá en el Perú…?

  • Así es, señora … Soy de la ciudad portuaria del Callao, distante dos leguas castellanas de la de Lima, que es la capital … Nací a escasos 200 metros en línea recta del muelle, de las instalaciones portuarias y del Pacífico, y mi niñez en su mayor parte, y toda mi juventud transcurrieron allí mismo …

  • Ahhh … El Perú … El Perú … Yo tuve un tío que siendo joven le entró deseos de viajar, de recorrer el mundo, de visitar otros países y otros continentes y conocer gentes para nosotros ignoradas … Sé que mi tío arribó por barco al Callao, y de allí se transladó a vivir a Lima … Hasta hizo amistades … Sé todo esto porque su madre nos leyó cartas suyas … ¿Dijo usted que nació y vivió en El Callao…? … ¿No ha estado en otros sitios del Perú…?

  • Sí, por temporadas viví de niño en la Hacienda San José, empresa vitivinícola y algodonera que quedaba en la periferia de Ica … Allí trabajaba mi padre, allí vivieron mis padres, y mi hermana y yo íbamos por vacaciones … Ica es ciudad distante unos 300 kilómetros del sur de Lima y …

  • … ¡¿Dijo usted Ica…?!

  • – Sí, señora: Ica … ¿Tiene alguna significación para usted este nombre…?

Me pidió que esperara porque iría en busca de unos documentos. Así, se retiró y a los pocos minutos vino con un cofrecito de madera, teca custodia de algo de mucho valor familiar, que depositó sobre su regazo. Abrió la cajita y tomó unos sobres de su interior. Empezó a ver las señas de las envolturas que de allí extrajo. Las miró y suspiró. Reanudó la conversación mientras realizaba su escrutinio:

  • Me dice usted que por temporadas vivió en Ica, ¿no es cierto? … ¿Tiene Ica algún reservorio o estanque, algún oasis, alguna laguna …?

  • Tiene más de una: La Victoria, La Huega, Huacachina … He escuchado noticias que las dos primeras se hallan en peligro de extinción, de desaparición debido a la agricultura intensiva de la zona … Para mí es una gran pena porque infinidad de veces estuve en La Huega, que me encantaba …

  • – ¡¿Huacachina…?! … ¡¿Dónde exactamente queda Huacachina…?!

  • Huacachina, señora, queda a algo más de un kilómetro de la Hacienda San José … Ni siquiera a dos … ¡Se halla muy, muy cerca de la Hacienda donde nosotros estábamos! … La conozco bien porque durante las vacaciones de mis años infantiles era allí y a la de La Huega, como le he referido, donde mis padres y mi abuela nos llevaban a mi hermana y a mí … Veo que le interesa Huacachina, ¿ha tenido alguna relación con ella…?

Vista panorámica de Elva con la laguna en medio del centro poblado. Obsérvese en primer plano la línea férrea que cruza la población

Foto: internet

 Nuevamente la dama se sumergió en hondos pensamientos hasta que aspirando lentamente reanudó su conversación de esta manera:

  • Tuve un tío que se llamaba Aksel. Como ya le dije, Aksel era hombre joven, inquieto, trotamundos, de espíritu aventurero … Interesándose por recorrer continentes se despidió de la familia y fue por donde Dios y la suerte lo madaran … Fue así como llegó al Perú … Eso sería a fines de los años 30 … De aquella época, y de allá, precisamente, tenemos sus últimos datos que nos informan de su persona …

  • ¿Sí …?

  • ¡Sí!

  • Supimos que tuvo un accidente, posiblemente allí donde usted veraneaba de pequeño ya que me suena el nombre de Huacachina … Justo aquí conservo un par de cartas que nos remitió un amigo suyo.

 Casona situada en una de sus típicas arterias, como debía verse en tiempos de Aksel, como quedan muchas en Elva

Foto: internet

 Diciendo esto, la señora agitó dos sobres frente a ella y me los entregó. Los miré por el anverso y el reverso. Eran sobres de tamaño postal, cuyos bordes detentaban sucesión de espacios rojos y blancos, y en cuyo extremo derecho había adheridas estampilas peruanas con sus respectivos matasellos. Uno de ellos contenía una postal, y unas fotos con imágenes algo desleídas, desvanecidas.

 – Con toda confianza, puede usted sacar la carta que allí hay y leerla -me dijo la dama- … Estas dos cartas nos la mandó el señor Chopitea, amigo de Aksel.

Levanté la pestaña triangular posterior de uno de los sobres y extraje un papel escrito con esmerada caligrafía masculina de persona cultivada … La dama me dió un tiempo para revisar el contenido y enterarme de su tema, cuyo tenor era como sigue:

Apreciada señora doña … etc.

Mi amigo Aksel, a quien conocí desde su llegaba al Perú, y con quien desde el principio tuve estrecha y cálida relación de amistad en su día me informó su nombre, que espero sea el correcto. También me participó su dirección domiciliaria en Estonia, que luego olvidé pero que encontré después buscando entre sus papeles personales.

He de informarle con inmensa aflicción y pesar, apreciada señora, que Aksel acaba de fallecer y, como no dejó él nada expresamente señalado, yo y mi familia, que lo asistimos hasta sus últimos momentos, lo hemos enterrado en el Cementerio General de Lima. Su tumba se encuentra en el Cuartel X … Las circunstancias de su deceso son como a continuación le especifico:

Hace unas semanas nos fuimos a la ciudad de Ica, que él mucho deseaba conocer. Estando allá hicimos sendas giras por sus haciendas, depósitos, lagares y trujales, naturalmente también por sus viñedos y algodonales, campos de mucho atractivo porque su verdor se entrelaza con los amplios espacios del desierto. Como no podía ser de otra manera, también nos fuimos a la Laguna de Huacachina, que es uno de los atractivos de esta ciudad. Fue en este sitio que Aksel quiso zambullirse saltando desde la altura del trampolín, con tan mala suerte que al caer se fracturó gravemente la base del cuello golpeándoselo con uno de los salientes del mismo tablón, desgraciado accidente que, a pesar de los esfuerzos médicos, concluyó con su muerte. En sus momentos finales tuvo recuerdos y palabras de amor filial para usted y los miembros de su familia.

Obran en mi poder los efectos personales de mi querido amigo Aksel, y quedarán conmigo mientras no haya recibido sus instrucciones, apreciada señora, de qué hacer con ellos o adónde remitírselos. Quedo, pues, a la espera de sus órdenes.

Sin otro particular, aprovecho esta ocasión, dolorosa por cierto, para renovarle los sentimientos de mi alta estima personal.

Atentamente,

X Chopitea

Hasta aquí la carta del señor Chopitea, cuyo nombre he olvidado. A los treinta y tantos años del accidente y muerte de Aksel, cuya descripción acabo de pormenorizar en lo que del caso ha llegado hasta nosotros, han transcurrido ya otros cuatro decenios, tiempo suficiente durante el cual los implicados en tan luctuoso capítulo años ha dejaron de existir. De la manera que acabo de relatar, pues, por ésta doy fe y dejo constancia de las incidencias de los acontecimientos reseñados.

Ricardo E. Mateo Durand

Tartu

Estonia