CHALACOS NACIDOS Y CHALACOS ADOPTIVOS

Semblanza de un chalaco adoptivo

Ricardo Arturo Pajuelo García

(1939-2012)

Fuente: Revista “Bodas de Oro Profesionales, Promocion de Oficiales PIP Mártir José Olaya Balandra”

“Felices son los misericordiosos, puesto que a ellos se les mostrara misericordia” El Sermón del Monte. Mateo 5, versículo 7. Traducción del Nuevo Testamento de las Santas Escrituras.

Muchos fueron tocados por la generosidad de Choco Pajuelo; hombre dispuesto a ayudar a los necesitados, especialmente misericordioso fue cuando laboró en la Dirección de Personal.

Su madrecita, la señora doña Pilar era chalaca, por eso su apego al Callao, y más aún cuando lo conocí en abril de 1958. Compartíamos la cama camarote asignada en nuestro dormitorio (cuadra) al ingresar a la EO de la ENIP, sucesivamente: # 22 Ricardo A. Pajuelo García, # 23 Federico P. Arrarte Rodríguez, # 24 Edgard Rendón Rivadeneyra y #25 David Llanos Rodríguez. Recuerdo que fuimos 100 postulantes los que aprobamos los exámenes de ingreso.

Luego de cuatro años de estudios egresamos como Oficiales PIP en este orden de mérito: # 6 Edgard Rendón Rivadeneyra, # 9 David Llanos Rodríguez, # 12 Ricardo Pajuelo García y # 15 Federico P. Arrarte Rodríguez. Nos graduamos 89 de los mencionados 100 ingresantes.

En las olimpiadas internas de 1958, siendo cadetes del Primer Año ganamos la posta 4×100 … Corrimos así: Victor Paz Lagos (4); Ricardo Pajuelo García (9); y yo, quien estas líneas escribe, con el número cinco (5); remataba los últimos 100 metros Roberto Puente Ortega (11), que también ganó la distancia de 100 metros planos individuales. De allí su apodo de “campeón”. En la foto nuestros primeros instructores: Julio Pacheco y Demetrio Recalde Oropeza.

Fuente: Revista“Bodas de Oro Profesionales, Promoción de Oficiales PIP Mártir José Olaya Balandra”

Ricardo, Víctor y yo seguimos con el atletismo, de tal manera que llegado el momento representamos a la ENIP en las Olimpiadas de 1960; en la Posta 4×100 quedamos delante de la Guardia Civil (GC) y de la Guardia Republicana (GR). En otro torneo la ENIP representó al Distrito de La Victoria, y ganamos la Interdistrital de Lima.

El atletismo, correr y correr, desafiándose a uno mismo era una satisfacción y placer a tal punto que algunos sábados, antes que se instalara las Marchas de Campaña con el Capitán EP Hernán Astete Ugarte, dependiendo éstas del Oficial de Día, salía el Batallón de Cadetes a las 06.00 horas o nuestra Compañía a ejercitarse saliendo de la Av. México para pronto arribar a la Carretera Central, a trote alineados y en formación con buen ritmo. Recuerdo muy bien al Comisario 1ero (equivalente a Capitán PNP), don Juan Valer Pancorvo, hombre alto, fornido y de buen carácter; muy motivador y definitivamente orgulloso de ser Instructor y guía de nosotros, incentivándonos constantemente en buenos términos.

En una ocasión encontramos al lado de la carretera un caballo moribundo posiblemente atropellado por un vehículo. Ante tan lastimoso suceso, y no habiendo ya ningún otro trámite para aliviarle el dolor, el señor Valer terminó con el sufrimiento de esa noble bestia desenfundando su arma de reglamento y disparándole dos tiros a la cabeza. Nunca se me borró tan patética escena.

Estando yo en la ciudad de Puno como Comisario Superior PIP (Mayor PNP), en uno de nuestros viajes de regreso de la cercana Juliaca, nos encontramos con una bestia mal herida y moribunda en medio de la carretera, a cuyo alrededor la gente discutía. Naturalmente que presente se hallaban el chofer del taxi, que había atropellado al animal, y el dueño del mismo, determinando responsabilidades. Recordando la experiencia antes referida, les hice notar que la noble bestia estaba sufriendo, y que lo mejor era terminar con tan grave e irreversible padecimiento. Acto seguido saqué mi revolver S&W 38, y deposite dos plomos en la cabeza del animal. Dejé al grupo en llanto y discusiones cuidándome bien en arrastrar fuera de la carretera antes, entre todos, al animal, a fin de evitar cualquier futuro accidente. Era noche.

El señor don Juan Valer Pancorvo fue nuestro Jefe de Compañía. Su hijo, el Coronel EP don Juan Valer Sandoval fue el Jefe de la misión que rescató a los rehenes de la residencia del Embajador del Japón en Lima, en aquellos luctuosos sucesos que se remontan al 22 de abril de 1997. Habiendo conocido las dotes profesionales del Señor Valer, puedo imaginarme el sentido del deber que habría inculcado, y sin duda infundió en sus hijos.

Ricardo y yo, siendo cadetes del cuarto año (Técnicos), hicimos nuestras prácticas policiales en la Comisaria del Rímac. Allí también tuvimos un par de intervenciones exitosas que daban ya una pauta de nuestras dotes de investigadores criminales. En una de ellas hubimos de visitar las precarias viviendas a las orillas del Río Rímac, donde habitaban renombradas brujas y hechiceras, embaucadoras todas, quienes recibían visitas de clientes en busca de pociones para diferentes fines. Una de ellas, entre muchas pócimas prescribía medicinas para malestares consecuencias de hechizos. Fue algo siniestra y sobrecogedora, pero llena de sorpresas, aquella investigación… A la luz de una vela o velas prendidas, aquellas magas, como en espeluznante cuento de brujas, mal y precariamente vestidas, malolientes en toda su vivienda y alrededores, nos recibieron con mucha tranquilidad. En realidad tanto ellas como nosotros sabíamos que no había mucho que hacer a no ser detenerlas, arrestarlas, y documentarlas por si las cosas iban para mayor, posiblemente para atestado de proceso investigatorio e incoación de causa judicial, como era preciso actuar en casos de atentados contra la vida, el cuerpo y la salud.

Era verdaderamente invalorable la experiencia de ver todo eso y mucho más. En cierta ocasión, por ejemplo, recuerdo que encontramos la fotografía de un conocido por ambos, por Ricardo y por mí, penetrada con agujas y alfileres, foto parada delate de una vela encendida y rodeada de pequeñas ramas, imagen que estaba tornándose amarilla y pálida. El susodicho fue advertido de nuestro hallazgo más no del lugar de la casucha de la vidente. Muy posiblemente conocía él quién fue la fatal que encargó tal encantamiento o hechizo.

Choco y yo trabajamos juntos en la Escuela del CINPIP; él en calidad de secretario del Sr. don Carlos Colfer Sánchez, Director; yo, como Oficial Instructor. Mi compadre Choco (así nos tratábamos), me escribió desde Cerro de Pasco y me pidió sacarlo de allí justo cuando llegaba el Sr. don Carlos Colfer Sánchez. El Sr. Purichini, Jefe del Batallón de Cadetes, fue encomendado con la tarea de buscar y traer un buen secretario para la Dirección. Choco era la persona idónea y, por lo tanto, fue llamado y asignado a ese puesto de responsabilidad.

Fuente: Archivo Personal

De izquierda a derecha: Fico Arrarte, el Sr. Purichini y Choco Pajuelo

Ricardo estuvo clasificado en el campo de investigación criminal y laboró como encubierto durante cuatro meses en EEUU (Arizona y New México), frontera con Méjico, en el trabajo de campo de una beca auspiciada por la DEA.

Choco y yo, junto con David y otros compañeros muy apegados a nuestro núcleo, frecuentábamos nuestras casas. La casa de Choco quedaba en la calle Ilo, transversal a la Av. Tacna. Allí siempre con mucho cariño nos esperaba su santa madrecita, que fue eximia y maravillosa cocinera, esmerándose en platos como caucau, carapulca, y otros de los más sabrosos que siempre estuvieron a la orden.

También conocí a su padre, el señor don Arturo, que era Inspector en la Compañía de Tranvías, en la línea del recorrido de Lima al Callao. Esto me trae recuerdos de mi niñez cuando mi propio padre terminaba argumentando, y muy cerca de irse a los puños como buen trabajador del muelle, con los inspectores en los tranvías exigiendo que pague pasaje por mí. Mi padre argumentaba con entera razón que yo era menor de edad, lo que significaba suficiente motivo para que se armara la trifulca. Usualmente tomábamos el tranvía para ir al viejo Estadio Nacional, el de madera, a ver al Tabaco, al Sucre, al Ciclista o al Alianza Lima y, naturalmente, cuando jugaba el Boys o el Atlético Chalaco, equipo este último que era el nuestro. Felizmente que el papá de Choco nunca se cruzó con mi papá en esas ni en otras circunstancias.

Choco y yo frecuentábamos las casas de David, quien por entonces vivía en Chacra Ríos; la de Jorge Nieburh, la de Roberto Alcántara, en cada una de ellas nuestras madrecitas siempre nos recibieron con el corazón abierto y las ollas bien llenas.

Nuestra casa en Zepita 365, allá en El Callao, era frecuentada también. Mi santa madrecita nunca se olvidaba de los nombres de mis compañeros y amigos: el “Flaco” Llanos o Pichuchanga (hasta ahora no sé porque David repetía ese nombre); “Choco” Pajuelo; “Zapatón” Nieburh; “Cholo” Alcántara; “Loco” Paz Lagos; “Coco” Ortega, y otros tantos etcéteras.

Ricardo Arturo Pajuelo García exalumno guadalupano al igual que otro compañero mío, Juan Carneiro Rodríguez, fueron también Hermanos de la cuadrilla 18 del Señor de los Milagros en Lima, Perú, cuadrilla que desde su fundación en 1960 albergaba entre sus hermanos a personal de la PIP. Agrego que D. Víctor Werner Escajadillo, Inspector General PIP, con quien trabaje en la División de Extranjería, fue Capataz durante 10 años de esta misma agrupación, funciones que se extendieron desde 1976 hasta 1986.

Fuente: Internet, Blog “18 Cuadrilla de la Hermandad del Señor de los Milagros, Lima-Perú”

Ricardo es el tercero contando de izquierda a derecha.

Choco Pajuelo debió ser General PNP pero se lo impidieron mezquindades propias de grandes organizaciones, donde existen y obstruyen intereses de toda naturaleza. Fue, pues, invitado a retirarse de Coronel PNP. En su retiro fundó una Compañía de Seguridad -San Antonio de Padua-, en la que dedicó conocimientos, entusiasmo y vida hasta que otro mezquino personaje, al parecer su contador, lo desfalcó y fugándose a la Argentina llevose todo su capital. Choco nunca se recuperó de estas pérdidas, de estos tristes sucesos ocurridos en su vida.

Sé de muchos compañeros a los que he conversado para que pasen por alto hechos que ya no podrían cambiarse. Recordémoslo siempre con la misma intensidad como estudiaba y corría, actuando como atleta y futbolista, con esa misma intensidad buscó y prodigó justicia para sí y para los demás. Ahora mis oraciones siempre llevan su nombre y el nombre de David también. Permítanme, por lo tanto, rendirle a Ricardo Arturo este homenaje a un chalaco adoptivo que fue mi amigo. Su esposa Norma, compañera de toda su vida sabe de esto.

Y a ti, apreciado lector, gracias por leer mis recuerdos y homenajes a seres humanos que tuve la dicha de hacerlos parte de mi vida. Nacimos en la ENIP en abril de 1958 y serán por siempre mis compañeros, camaradas de quienes he estado y estaré orgulloso mientras yo exista en este mundo.

Federico P. Arrarte Rodríguez

Canadá

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *